sábado, 30 de marzo de 2024

20-20 y DESPUÉS - Capítulo 19


 

Este relato es FICCIÓN



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                      19



[En la vereda, apartados unos veinte metros de la entrada al bar.]


    —Mirá la cara que trae aquel, parece que se viene haciendo encima, jajaja ¡Ayyyy  y qué apurado! — le dice Genaro a Esteban, a quien lo tenía distraído una chica que cruzaba la avenida hacia la plaza bamboleando el culo. Genaro no se equivoca al intuir que Eusebio provocó algún lío con Silvio.

           —Genny, estaba pensando que si el que te persiguió no sale a buscarte, entonces creo que ya fue, ¿no te parece? —dice Esteban —. Capaz que no era, te perseguiste un poco.

          Ya frente a ellos, antes de hablarles, Eusebio necesita recuperar el aliento.

         —¡Steve, venite con nosotros a casa! — le dice Eusebio a Esteban, palmándole brazo; este lo mira desconcertado:

        —¿Steve?

        —¡Che, yo lo vi primero!

        Eusebio mira hacia atrás, hacia la puerta del bar esperando ver a Silvio. Al que ve, en cambio, es al hincha, que también salió a la vereda, tenía el gorrito albiceleste de joker estrujado en la mano.

       —Peren, peren… — dice Eusebio sin recuperar todavía su “característica” calma viril —. Vengan conmigo. — Baja presurosamente a la calzada mirando el tráfico como para detener un taxi. Pronto aparece uno y Eusebio se sienta al lado del conductor diciendo ¡suban, rápido!

     —¿Qué pasoóoo? [ondulación tonal sobre la vocal “o”] ¿Dejaste viuda a mi hermana? ¿Querés tomar un taxi? ¡Si vivimos a cinco cuadras! — metrallea Genaro, y mira también hacia la entrada del bar. Cuando ve al hincha que se les acerca, da media vuelta y hace un clavado a los asientos traseros del taxi, seguido de Esteban, que cierra la puerta; y el taxi arranca. Entre los dedos separados de la mano con que tapa su cara, a través de la luneta, Genaro observa al hincha parado en la vereda, puede distinguir que aquel mantiene la fijación en ellos a medida que el taxi se aleja.

     —¡Ay, Genny, pará! — se queja Esteban. Genny tarda un poco en soltarle el muslo cerca de la rodilla.

     —¡Eusebio, contá! ¡Qué pasoóo! — demanda Genaro casi en un tono de histeria.

     —Shhh, calmate. Apenas lleguemos a casa, les cuento todo.

    —¡Lo mataste! ¡Mataste a Silvio!

    —Al que voy a matar es a vos como no dejes de gritar.

    Por el pánico que hay en la cara del taxista, que mira de reojo a Eusebio y a los otros dos de atrás por el espejito retrovisor, lo que necesita Genaro es otro buen sopapo, tal vez no tan sonoro como el que Esteban ligó de su esposa a causa de Tamara.

 

Querido diario, hace varias semanas que te tengo abandonado. Sabés que estos días estoy complicado... [hmm “abandonado” y “complicado” producen un efecto de cacofonía; después las cambio, después de ir al baño y liberarme de una garcofonía que me está molestando acá] ... complicado con las materias que estoy cursando en este segundo cuatrimestre. ¡Y menos mal que son solo cuatro! La que tengo más descuidada es Traducción Literaria, que pensé que me la sacaría de encima de taquito. La profe se pasa de exigente (y está bien que lo sea), quiere que antes de empezar a traducir, incorporemos el modelo de lectura instrumental de la bibliografía. Es la materia que más disfruto, pero, paradójicamente, la que se me está yendo a final. Y en buena parte, por culpa de la locura de los tatuajes y la mafia en la que, ya veremos, está metido... [Ya no me ocurre cómo llamar al infeliz de Mazzini. Igual, mepa que a este párrafo y al que sigue los vuelo.]

Me acostumbré a querer escribir para el diario solamente cuando estoy en mi bar favorito frente al parque. Tendré que suspender estas notas hasta que terminen las clases.  Así que, si alguien encuentra o hackea estos archivos de Word, aclaro que suelo escribir un poco mejor y un poco más ordenado.

En la sala de casa, les conté a los dos lo que había pasado en el baño del bar, les reproduje la conversación de Silvio por Wasap. A Esteban lo noté un poco escéptico:

      —Euse, cuando uno está enojado puede decir que quiere “matar” a alguien, o “hacerlo mierda”, pero no siempre es literal. — Esteban me miraba fijo, como queriendo ver si estaba pasando por un episodio... Cómo se dice... hmm, acá veo que no soy tan resourceful en ciertos campos terminológicos...

      —Sobre este — señalé a Genaro— dijo que a él no le interesa porque es un putito muy cagón que no se entrometería en sus planes.

      Genaro se revolvió en su asiento con la boca abierta; los ojos le relampaguearon de la indignación, e intervino ofendido:

     —¡Ah, ¿sí?! Viste, yo te dije, ese culo pálido nunca me cayó bien. Yo te creo, ¡te creo!

     Esteban y yo nos tentamos por lo de culo pálido y cruzamos una mirada suspicaz.

      —¡No le vi exactamente el culo! Sé que tiene un búho tatuado en el pecho… — Manteníamos la fijación en Genaro, y este se apresuró a aclarar —: Una vez me prendí con ellos cuando estuvieron en una quinta con pileta de una amiga de Paula. 

      Diría que el dato del búho demudó la cara de Esteban poniéndolo nuevamente serio. Y, efectivamente, se le evaporó el escepticismo cuando le aseguré que en el baño del bar yo había visto el logotipo o imagen de un búho en esa carpeta que llevaba Silvio.  El búho. Por inducción podíamos concluir que lo tienen los adeptos al discurso superador de Garcari (perdón, Harari, Yewan Harari). Además les referí:

      —¡Silvio estaba hablando con en hincha que estaba cerca de nosotros en el bar!  —exclamé bastante excitado, por lo cual me salió el gallo Claudio.

      Genaro agregó:

      —Y no sé si vos lo viste, Steve, pero cuando estábamos en vereda esperando, el hincha no nos sacaba los ojos de encima. Lo veía a través del vidrio del bar. ¡Vi que hablaba por el celular!

       —Che, casi que me están haciendo tener miedo — dijo Esteban.

     —Si alguien te pone un dedo encima, lo cago a palos.  O mejor, ¡le invierto la polaridad energética! — A Genaro solo le faltaba de fondo el tema The Glory of Love de Peter Cetera.

       —¡Shhh! — Trataba de no perder otra vez la paciencia. Y súbitamente, poniendo cara de Eureka, me acordé de las hojas debajo del pulóver, que llevaba metido en el pantalón. Le dije a Genaro con una sonrisa ladina—: Qué raro que no me criticaste la manera en que usa la ropa.

       —Siempre fuiste medio croto.

     A Esteban se le fue la sombra de miedo de la cara.

     —Sh sh sh. ¡Silencio!  — Me hacía el canchero, y saqué las hojas A4, diciendo entusiasmado —: Acá puede estar la evidencia para cagar a Silvito. Además, contectando las cosas que surgieron en mis pesquisas, podríamos a descubrir más sobre los tatuajes hipnotizadores, de los que debe saber mucho este hijo de puta. Por eso anda dando órdenes de joder a los que se metan con ellos.

         —Estás dando por hecho que este tipo... — dijo Esteban, pero le hice una seña de que esperara un poco, que ya iba a eso. El otro seguía en la boludez:

     —¿Qué hacés con esos papeles debajo de la ropa? Después el raro soy yo. Comprate un pulóver más abrigado, rata.

        —Antes tendría que contarles lo que estuve descubriendo por ahí — continué, ignorándolo—. Sé que tienen un nuevo local de tatuajes y sé dónde está. Ahora sé quién es realmente tu cuñadito de ojitos celestes.

       —Acá dice Abstract. Es igual que en español, ¿no, Steve, abstract?

      —Genny, vamos por orden, primero que nos cuente qué descubrió, lo del local, y después leemos los papeles esos… — intervino Esteban sonriendo.

      —Sí, Steve, todo…

   Le quité las hojas a este, sacudía la cabeza resignado. Teníamos cosas importantes para averiguar ahí mismo. Esteban se puso serio otra vez:

     —Euse, no sé vos, pero yo tengo que escribir un artículo para Historia y mandarlo cuando antes — Miró su reloj Necesito, tengo que promocionar la materia.

        No sé túuu... pero yióo

     —Mirá, vos y yo solos nos vamos a tu casa — le dije a Esteban, finalmente perdiendo la paciencia.

       —El hincha… ¡bang! ¡bang! —  dijo Genaro gesticulando con los dedos. No se inmutó por la amenaza.

       Viéndolo, Esteban me sacó los papeles, se los devolvió a Genaro, y dijo “Dale, Euse, somos todo oídos.”


[A continuación, corregir la puntuación y ordenar la estructura narrativa, ¡pero cuando termine el cuatrimestre!]


Estaba volviendo a casa, recaliente, porque el bar tenía el televisor prendido, ¡a esa hora! Pasaban un partido, de la selección, creo. Un par de tipos estaba debatiendo casi a los gritos ahí, en mi mesa… [a Genaro: ] Me volvés a interrumpir y te juro que nosotros nos vamos. No, no: mejor vos te vas de esta casa, a dónde no me importa, pero te vas… ¿fui claro?… Bueno, entonces, en la calle de casualidad, veo a un chico que estaba por cruzar la avenida a mi lado. Era Mati. Mati es el hijo de Dario, un amigo del barrio; hace un tiempo lo ayudé con una materia… ¿Te acordás de que te conté, Esteban? El que hizo una presentation de "Animal Farm" (George Orwell). Vos [a Genaro] seguro que lo viste acá [en casa] el día que llegaste. Bueno, íbamos charlando mientras caminábamos juntos. Le pregunté por su profesorado y bla bla; y me cuenta que él debería estar estudiando un montón, que en vez de eso estaba yendo a un local donde se enteró que hacen unos tatuajes “muy locos”. Obvio, me dice eso y se me enciende la alarma.  Le hablé sobre cierto tipo de tatuaje que nunca debería hacerse. Claro, imaginen, si le decía el porqué, las cosas que sabemos, de golpe, el pibe se cagaba de la risa o me miraba raro.  De repente agarra y me muestra una foto de su celular, la foto del brazo de alguien con un dragón de colores tatuado. Sí, el mismo diseño, como el que tienen Tamara y Paz. Yo me quedo duro y casi que le grito ¡justamente son esos! ¡No te lo hagas nunca, por favor! Digan que el pibe es copado, creo que me respeta porque lo ayudé, me tuvo paciencia cuando traté de contarle, no con los pormenores, claro. Por la forma en que me miraba, no lo podía convencer. No me bardeó, pero me mencionó películas que tratan de cosas así. [¡La técnica del primado negativo! — saltó Esteban—. Encima estos pibes viven viendo películas. Los tecnopsicópatas podrían hacerle a la gente lo que quieran, nadie va a enterarse de que actúan delante de sus narices. —Continué:]. Y le pregunto quién se hizo el tatuaje de la foto. Me dijo que uno que a veces se prende cuando juegan a la pelota en el club del barrio. Le pregunté que dónde está, dónde vive. Y claro, le extrañó que le preguntara. Dijo que no sabe, que solo lo ve en la cancha del club. Volví a desalentarlo, le conté de los casos de Paz y de Tamara lo mejor que pude para que me diera bola. Qué pensaría de mí. Hasta le recordé que, como soy amigo de la infancia de su papá, puede creer que realmente que me preocupo por él. Ahí me entero de que justamente a Darío tampoco le gustan los tatuajes, y que, al margen, Mati tiene diferencias con él sobre la religión. Les cuento, Darío es muy religioso, evangelista, o no sé qué es; debe ser por eso que no quiere que los hijos usen tatuajes ni aritos ni nada del “mundo”. Mati dice que él ya puede tomar sus propias decisiones y que no quiere saber nada con las ideas del padre. Y bueno, yo insistía en convencerlo de que esos tatuajes del dragón son una mierda. Mati estaba decepcionado, tiene las reganas de hacerse el tatuaje, ¡todo el mundo anda tatuado! Además, me dijo que el pibe que se hizo el dragón —o sea, el que ve en el club— le contó que ese diseño es muy exclusivo, que los del local no quieren que se haga muy conocido por ahora. Por eso, él estaba yendo al local para ver si conseguía que se lo hicieran. Mati me dijo que al otro pibe —ah, se llama Iñaki, me dijo— le encargaron mucho que no corra la bola de quiénes y dónde se lo hizo.  Tamara nos contó que le habían dicho más o menos lo mismo, ¿se acuerdan? Este pibe, lo mismo. Yo me olvidé de mis tareas para la facu y la cabeza me empezó a hacer clik, click, click... [Cierto, Euse, y justo en este momento en que termina el cuatrimestre— comentó Esteban algo angustiado. Continué, a pesar de que tenía razón:] 

Al llegar a la próxima esquina, fingí que nos despedíamos; Mati continuaba yendo hacia el local. Yo lo iba siguiendo, me iba ocultando de él. Por suerte no me vio. El local está en la calle Salcedo, a metros de avenida Chiclana. No está en una galería, es una casa. Para que tengan idea, del bar está a unas diez cuadras más o menos [Del bar donde estuvimos los tres, no de la buhardilla predilecta de James Bomb, que también está enfrentado al mismo parque  dijo Genaro]. 

En esos segundos, antes de que el pibe tocara el timbre de la casa, se me ocurrió una locura: tengo el wasap de Darío. Por suerte, vi que estaba en línea, lo llamé y le dije directamente Darío, llamalo a Mati, se está por tatuar un dragón. Ese tatuaje de dragón es algo malo. ¡No dejes que se lo haga!   Menos mal que lo mandé al frente así de una, sin rodeos. Se ve que con el hijo ya discutieron por el tema, lo mismo que me pasó a mí con Nuria. Solo mencionar la palabra dragón, y Darío me hizo caso casi sin interrumpirme ni pedirme que le explicara; me agradeció que le hubiera avisado, que no me preocupara, que el pibe no se va a enterar de que lo llamé. ¡Ya lo estoy llamando. Gracias, Euse! y  cortó. 

Yo lo seguía observando al pibe, oculto detrás de un contenedor de basura, alejado unos metros.  Atendió el llamado mientras buscaba el timbre en junto a la puerta. Se puso atento a la comunicación, tenso. Y regresa caminando rápido por donde había llegado. Pasó de largo por donde estaba oculto. Me puse a seguirlo sigilosamente, solo unos metros. Dejé que se alejara un poco y lo llamé al wasap con la excusa de que olvidé contarle que tenía un material que podría servirle mucho para sus clases. No me contestó, pero me mandó un audio contándome que volvía a casa para ver qué le pasaba a Darío. Joya, me dije. Creo que lo salvé del dragón de mierda. Qué habrá pasado después con Mati y el padre, no tengo idea.

Bueno, ahora fui yo hasta la puerta de la casa esa y toqué el timbre (había varios, toqué todos) y al rato sentí que había alguien detrás de la puerta, a lo mejor me estaría espiando por el ojo mágico, no sé; cuestión que tardó en abrirme. Era una mujer. A ver, solo como para describirla, la mujer era medio marimacho [miré la reacción de Genaro y traté de no ser tan forro], era una mina sin maquillaje, bah, tenía los labios oscuros, solo eso, era… de facciones angulares, peinada… a lo Matrix, pero sin anteojos. Me hice pasar por alguien que quería un tatuaje. Claro, de entrada, no tenía que mencionar nada sobre el famoso modelo. Y ¿saben?, me salió bien, no debo ser mal actor. Mi experiencia más reciente había sido en la última sesión con mi terapeuta [Con una mirada mantuve callado a Genaro].

      —¿Tatuajes? No, nada que ver. Te dijeron mal — me contestó la mujer mirándome de pies a cabeza. No abrió la puerta del todo, estaba asomada. No podía disimular la inquietud que le provocaba, ¿quién será este? Hizo el ademán de cerrar la puerta como para que me fuera.

      Y ahí me acordé de este basura y me aventuré, para bien o para mal, lo que dé, me dije. Estaba jugado.

      —Entonces se ve que Silvio me dio mal dirección… ¡No, pero es acá! — insistí, mirando el número en la puerta y girando la vista hacia la calle como para confirmar que era la dirección.

     —¿Silvio te mandó?

     —Claro, Silvio. Es cliente del banco donde trabajo. Andá a este lugar, que ahí tienen varios modelos de tatuajes —me dijo —. Pediles que te hagan el mejor que tienen ahí. Andá de mi parte.

     —Bueno, en realidad, otra persona hace los tatuajes. —Noté que la mujer se ablandó un poco, un poco nomás—. Por eso te dije que yo nada que ver. A ver, esperá un poco. —Antes de cerrar la puerta me preguntó el nombre. Le mandé el primero que me vino a la cabeza. No me acuerdo, creo que le dije Pedro.  Y también le mentí—: Soy el empleado del Banco BNL, el que está en la tesorería.

    —El BNL no existe hace mucho — apuntó Esteban.

    Claro, era la idea. Pensé en el caso de Tamara.

    ¡Ajá!

      Cerró la puerta; yo quedé afuera, repitiéndome, bueno, estoy jugado, que surja lo que surja. Y ¿saben por qué se me ocurrió mencionar a Silvito? Y lo que sigue demuestra, al menos a mí, que aquello de la intuición... [Genaro puso cara de impaciencia. Salté la opinión y continúe:] Resulta que éste —Silvio— le recomendó a mi nena un lugar para que se haga el tatuaje que viene pidiendo tanto. Él está en el tema. No sé qué tiene que hacer un ingeniero informático (me lo confirmó Paula), una de sus profesiones, manejando un vulgar negocio de tatuajes. Tenía el pálpito de que estaba involucrado con estas cosas.

Y escuchen esto: hace poco abro la puerta de casa y encuentro a Paz en el pasillo, tenía la mirada pérdida, era otro trance hipnótico. Me pidió que la dejara entrar. Para qué, le pregunté. Para estar con vos, me respondió; con la expresión me decía exactamente para hacer qué. Le pregunté quién la mandó a verme, y me respondió “él”.

    —¿Cómo se llama él? ¿quién es?

    Entonces reaccionó… quiero decir, volvió en sí, parcialmente. Si bien la notaba confundida, insistí con la pregunta antes de que despertara del todo:

    —¡¿Quién te manda a mí, Paz?!

    — El que maneja el auto al que subiste con Genaro y con Nuria, me dijo.

    —¿Silvio Mazzini? —presioné.

    No sé. El que dio un seminario en mi facultad.

    —¿Qué estudia ella? —preguntó Esteban.

    —Está en el “Curso de Género UBA”, en Filosofía y Letras —, se adelantó Genaro.

   —Eso mismo —dije —. "El que manejaba el auto". En mi cabeza escuché ¡cha cha cha chaaán! Me quedé con eso, no me dejó dormir por un par de noches, pero lo tuve que olvidar, dejar eso congelado, de otro modo, no podía estudiar para el integrador de Traducción Literaria. — Miré a Esteban —: Sé que estás complicado como yo, preferí no decirte nada por el momento. Tampoco a mi terapeuta se lo quise decir, no quería que me diagnosticara alguna psicopatología. Obvio que le prohibí a Nuria terminantemente que se haga nada.

    Y a mí no me contaste— protestó Genaro. Como respuesta solo sacudí la cabeza. La razón es que Genaro iba a creer que los celos me estaban enloqueciendo. Además, este se cagó de la risa cuando le conté de la encamada con Paz en ese trance que había tenido  ella en su casa. 

Pero les sigo contando de cuando estuve en esa casa. Al rato, se abre la puerta otra vez y la mujer me dice pasá. La sigo por un pasillo largo —el lugar es como un PH— hasta el final. Mientras, me iba diciendo que no pueden ubicar a Silvio por teléfono, pero que, si él me dijo que viniera a la casa, me iba a llevar con el tatuador. Quiere decir que el chabón ahí es como un jefe, tiene poder.

Entramos a un departamento y me dejó esperando en una salita mientras ella entró a otro cuartito que había detrás de una cortina. Yo miraba todo alrededor. En la salita no había más que un sofá, un par de muebles y nada más. La mujer sale enseguida del cuartito diciendo que el tatuador debe haber ido al baño, que, pensé, estaría tras una de las puertas que pasamos de largo por el pasillo. Me pidió que esperara afuera, en el pasillo, que ella iba a buscarlo. Mientras tanto, ella iba chequeando el celular, estaría pendiente de si Silvio le respondía. Cuando vi que se metió en una de las puertas de adelante, empujé la puerta y me metí otra vez a la salita. Me asomé adentro, detrás de la cortina. ¿Y a que no saben? Ahí dentro, estaba el búho siniestro en un póster sobre la pared. Había un diván que deben usar para tatuar a la gente, había maquinitas, no sé, que deben usar para trabajar, frascos oscuros y rotulados, todo sobre un mueble. Pero lo que me llamó más la atención fue que hubiera una PC, estaba cubierta con una funda, me di cuenta porque asomaba el CPU, que era de esos modelos pequeños. [Genaro apuntó: --- Ay, no es ningún misterio que los tatuadores usen computadoras. Guglean modelos para los clientes. Y seguro que ahí tienen además una impresora] . No sé continué—. Había también un par de pantallas instaladas contra la pared; no parecían televisores plasma, eran como monitores. Y encima de un escritorio había una especie de consola… [Wow — dijo Esteban que me seguía reatento—: Euse,  tiene razón él, ¡estabas hecho un James Bomb!  —Continué:]… y un cablerío que salía de la consola y contectaba estas cosas electrónicas que mencioné. De pronto escuché el ruido de que alguien se acercaba. Y saben qué: tuve reacciones buenas a pesar del estupor. Menos mal que trajinaba la mochila con mis cosas de la facu para ir al bar, porque justo cuando salgo encuentro a la mujer en la puerta; ¡la cara de orto que me puso! [Mientras les contaba no podía evitar una risita de los nervios por revivir la aventura] Le dije que entré a agarrar la mochila que dejé sobre el sofá.

     —No puedo ubicar a Silvio en el celular. Vení otro día, hoy el tatuador no puede.

     —¿No  podría mostrarme los modelos que tiene?

     —No. Otro día — me ladró con una voz de Sandra y Celeste.

     —Qué basura — me dijo Genaro. La verdad es que sí, puedo ser una basura a veces. Tengo que controlarme. Evidentemente, a Genaro le daba bronca que no le haya contado lo que descubrí de Silvio a través de Paz. Pero, no, no me podía controlar:

     —¿Qué basura? Acá el basura es tu cuñado, el jefe de una banda nefasta. ¿Quién va a poder descubrirlos y denunciarlos? ¿Acusarlos de qué? Imaginate si vamos a la policía a contar los casos de Paz y Tamara (hasta donde sé, ellas mismas nunca se animaron a ir a denunciar a nadie), o si vas vos a contar la conexión que hay con lo que nos contaste sobre Bruce en Los Angeles…

      —Claro, sin pruebas concretas no se puede denunciar a nadie. Tampoco ir a la televisión, aunque tal vez podría ser —opinó Esteban— una historia para alguno de esos programas bizarros, a Crónica TV, pero si la producción del programa se pone a investigar, se armaría un flor de escándalo, el que denuncia quedaría escrachado, y encima se viraliza todo como una locura.

      — Sí —, le di la razón a Esteban. Supongo que la impotencia nos oprimía —. Ahora sí, ¿qué dicen estos papeles? A lo mejor acá encontramos alguna evidencia concreta para denunciar a la mafia de los tatuajes.

       Esteban se los pidió a Genaro y empezó a leer. Al terminar una hoja, agarró otra tratando de encontrar continuidad en el texto, en vano. Le conté que las hojas se desordenaron porque las había revoleado por el aire. Después de leer todas [estaban en inglés], Esteban dijo desencantado:

     —No dice mucho, che. Es solo parte de un paper donde, además, se interpela a la comunidad académica/universitaria a fortalecer la difusión de un estilo de vida cada vez más sustentable en la sociedad, es decir,  los profesionales deberían dar el ejemplo de quedarse encerrados en sus casas como ratas, comiendo solamente carne artificial fabricada con impresoras Rycco, en fin, el tipo de concerns de las ONGs con sus consabidos challenges. —Me pasó una de las hojas y agregó—: Acá yo veo que se pide una contribución indirecta con lo de romper piernas para después vender muletas, bah, más de lo mismo. No… no dice nada sobre una tecnología para hipnotizar a la gente usando tatuajes. Aunque…  ¡miren esto! En esta hoja, que tiene la bibliografía, se menciona a Yuval Garcari, el que cree que el libre albedrío es algo de la Edad Media…

     —Y en esta dice algo sobre los... Neuro...de re chos... Neuroderechos en Argentina —dijo Genaro— ¿Eso con qué se come?

    Esta vez no reté a Genaro por quedarse con una de las hojas A4. No lo reté porque Estaban y yo nos quedamos mirándonos el uno al otro, seguramente recordando un debate algo subido de tono en clase, entre Estaban y el profesor de Filosofía de las Ciencias.

   —Genny, ¡buenísmo! ¿Me prestás eso? — dijo Esteban, enormemente complacido. Creo que va a lamentar el impulso que tuvo de extender un brazo para palmear afectuosamente a Genaro, y alborotarle el pelo como a un escolar.

     Viendo la reacción/expresión de Genaro, sentí algo de lástima por él. No sé por qué se ilusiona con alguien como Esteban, alguien que no lo puede corresponder. ¿No ve que le está respondiendo los wasap a la mujer? Ojalá encuentre a alguien como él que pueda darle bola.  No, no, lo que sentí por Genaro es otra cosa — tengo que confesarlo en mi diario personal—: creo que siento envidia. Yo no estoy enamorado de nadie. A Paz le hice arrancar lo que sentía por mí, y se fue a buscar a alguien más, Damián, creo que era. Y lo que siento por Paula no es otra cosa que celos, no creo que la siga amando. Soy posesivo, es la verdad, y ahora pretendo justificar mi actitud sabiendo con qué clase de persona se metió. Su ingenierito

      Lo que importa ahora es que sabemos un poco más sobre la mierda en la que está involucrado el ingenierito. Este debe ser una especie de CEO de un proyecto subsidiario de CanÉlon, pero a la vez, después de leer esas pocas hojas A4 que me traje, se ve que también trabaja para otro tipo de intere$es. La verdad es que no pasan de ser puras especulaciones. ¿Para quién trabaja Mazzini, anyway? Es que las redes complejas de poder que influyen en la economía mundial y la toma de decisiones a nivel internacional —las élites proglobalismo— deben estar divididas en familias, facciones, realms, fondos comunes/buitres de inversiones que compiten entre sí por la hegemonía global. Y si es así, todo esto no debería quitarnos mucho el sueño porque, ¿qué tanto pueden hacer ante semejante bestiario dos pobres estudiantes de traducción más un freak enamoradizo? Porque por más que pataleemos en clase y nos pongamos a discutir con algunos profesores, veo que pasamos como un par de hinchapelotas que no ven que los demás solo quieren recibirse cuanto antes y obtener prestigio y poder/guita en la sociedad, o tan simplemente, to get by. Lo que sí puede hacer quien esto escribe es meterle la carpeta con el búho por el orto y bajarle un par de dientes al que le anduvo recomendado sobre de tatuajes a mi hija, si ella se lo hace. Ya la estoy llamando a Nuria para recordarle que le tengo terminantemente prohibido que se haga algo en la piel. Ahora me hago de la vieja escuela, la del cinturón, ¡qué tanto, carajo!

   

 

                       

 

 


domingo, 4 de febrero de 2024

20-20 y DESPUÉS - Capítulo 18

 


Este relato es FICCIÓN



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  Nota del autor: El tratamiento que le doy a la pasión de multitudes es solo a los efectos dramáticos de esta ficción. Por favor, no se me ofendan ni me manden a los muchachos. 


                                       18


         —Tranqui, tranqui. Debe estar viendo a otra persona que está enfrente de ustedes. Genny, vos ni lo mires al tipo —le dice Esteban a Genaro bajando la voz —. ¿Estás seguro de que es?

        —¡Es él, es él!

    Salvo la cara de sus amigos, Esteban no mira hacia ningún otro punto, menos hacia donde está el supuesto cazador.  Genaro, en cambio, está mirando hacia el sector del bar a espaldas de Esteban, y distingue a otra persona. Del miedo pasa a la sorpresa. 

      —Euse, a que no te imaginás quién está por allá adelante — exclama Genaro en un murmullo exaltado y bastante audible.

     —¿Eh? Bajá la voz, boludo, calmate. ¿No decís que detrás nuestro está el que te persiguió?  

     —Como te conozco, vamos a ver quién se tiene que calmar —le contesta Genaro—. Mirá en línea recta detrás de Steve.  Está de espalda a nosotros.  

    —Pero los televisores están para aquel lado — dice Esteban y toma un trago de cerveza; le hace una seña al mozo, pero este se acerca a la mesa del hincha con gorrito de joker. 

      —Pasa que no veo porque él [Esteban] me tapa — dice Eusebio. 

     —¡Pero no te levantes! Si se da vuelta vas a quedar como el orto. 

       —¿Quién carajo es? — dice irritado Eusebio.

       —Se ve que estamos rodeados — dice Esteban y vuelve a hacer una seña al mozo. En vano, porque ahora este se dirige al mostrador.

       —¿Quién es? Hablá — dice Eusebio.

       —Silvio.

      — Capaz. ¿En serio? 

      —¿Pensás que estoy con ganas de joder? Detrás nuestro está el que me persiguió con un chumbo. A lo mejor lo trajo. [chumbo =  arma]

      —No perdamos la calma. Apenas me vea el mozo, le pido que nos cobre y nos vamos —dice Esteban, y señalando con la cabeza a uno de los televisores del bar—: Además, se ve que el partido empieza en minutos, miren, se llenó de gente.

      La sola mención de Silvio Mazzini ahora hizo que Eusebio se olvide del hincha.

       —¿Está con Paula?

      —No, está solo, metido en el celular. ¡Vámonos a la mierda, como dijo Steve!

      —Vayan ustedes.  Yo me quedo un poco más — dice Eusebio estirando un poco el cuello como para ver por sobre la cabeza de Esteban.

      —Este no puede de los celos. Dejalo en paz a ojitos claros.  Si vino con Paula a ver el partido y no te invitaron por algo será… Con ese carácter que tenés no sé qué tanto… 

        —¡Vos cerrá el culo!

      Esteban mira a Eusebio algo sorprendido y comenta:

      —Genny, él no es de hablar así. Mejor no lo hagas enojar.

      —¿Eso aprenden donde estudian? Steve, vos y yo nos vamos. Lo que acabamos de escuchar ¿sería un equivalente de iú fáking sharáp! no? — Y a Eusebio —: Vos quedate con ojitos claros, porque a Paula no la veo. Chau.

       Eusebio pide disculpas, no muy sentidas, a decir por la mueca que hizo. De todas maneras, Genaro no le presta atención, pretende lucir sus conocimientos con Esteban aventurando una frase para aplicar a su ex cuñado: "iú kant tich ior dog iour old prik”.  Esteban le aclara que en realidad es "you can’t teach an old dog new tricks”, y reprime la risa. 

        —Che, me alegra que estén relajados. Se ve que el que está ahí atrás no es al final. ¿Por qué no van yendo? Le pago al mozo yo y los alcanzo —dice Eusebio —. Bah, no sé, a lo mejor quieren ver el partido…

        Pero Genaro le está ahora proponiendo a Esteban un canje de clases de inglés especializadas de estudiante de traductor por sus sesiones de armonización energética, o bien, masajes descontracturantes, “ideal para lingüistas que están todo el día encorvados frente a una odiosa pantalla”. 

      —Euse, mejor nos vamos los tres… — dice Esteban; es que también reparó en que el hincha que está ubicado enfrente suyo tiene cara de sicario de la saga de El Padrino (la cara nomás) a pesar del gorrito ridículo que tiene puesto.

     Genny, de pronto, se acuerda del perseguidor. 

     —¿Sigue ahí? ¿sigue ahí?

     —Está. Pero quedate tranquilo, la transmisión acaba de comenzar, el tipo está re atento como todos los demás — dice Esteban. En efecto, el gran bar comienza a vibrar por la creciente expectativa y algunas voces ¡vamos Argentina carajo! ♪ Vamo' vamo' Argentina, vamo'   vamo'  a ganar, que esta barra quilombera... 

      —Vayan, vayan. Yo pago y los alcanzo. Aprovechen, debe estar distraído — insiste Eusebio.   

      —Igual que aquel—, cabecea Genaro hacia Silvio. 

        En ese momento, ticket en mano, aparece el mozo junto a ellos, frustrando la intención de Eusebio de quedarse solo en la mesa un poco más. Qué carajo estará haciendo aquel por este barrio se lee en la cara de Eusebio. Una vez le sonsacó a Paula que él vive por Barrio Parque, así que algo especial lo debe haber traído por acá. Además, en caso de no estar esperando a Paula, Eusebio quisiera descubrir si no se tratará de otra persona, preferiblemente… otra mujer…  

      —Che dije que invito yo — dice Eusebio dejando billetes sobre la mesa y levantándose. Al ponerse de pie, la gente del bar pensaría que Eusebio lo hizo por el Himno Nacional que acaba de comenzar. En realidad, lo que quiere es que sus amigos salgan a la calle para que no presencien algún incidente que pudiera ocurrir con Silvio —. Voy al baño. Espérenme afuera, en la puerta. — Eusebio no es consciente, pero, a medida que avanza lentamente hacia al baño, tiene la cara transfigurada por la intriga. 

       Esteban, disimuladamente, gira hacia atrás, como siguiendo a Eusebio, para ver a Silvio.     

      —Genny, ¿tu otro cuñado es el de la chomba clara? 

     —Sí, es ese onda New Man. Se ve que está viendo Tik Tok. El fútbol no le interesa como a Euse y como a vos. No sé por qué no se harán todos amigos.

    —No lo quieren, ¿eh? —sonríe Esteban—. Para Euse debe ser difícil… Che, Genny… ah, pero… nada, es tu cuñado. Me refiero a New Man.

    —Todavía no, y espero que a mi hermana se le caigan los corazoncitos intermitentes de los ojos.

     —Vamos, salgamos a la calle.

       Antes de pasar cerca de la mesa del perseguidor con el gorrito de joker, Genny se apega a Esteban y recuesta tiernamente la sien contra un hombro de este (“Eh, ¿qué hacés?). La idea de Genny para ocultar su cara resulta contraproducente porque desafía a algunos “machirulos” en el bar, incluido al perseguidor, que los sigue hasta la calle con una mirada de rayos galácticos, y los observa a través de la pared de vidrio. Mientras tanto, al pasar cerca de donde está Silvio [música del himno nacional de fondo], Eusebio no puede evitar los ojos escrutadores sobre el agua mineral y el jarrito del americano vacíos que tiene sobre la mesa; la verdad es que Eusebio podría andar con luces estroboscópicas y música de carnaval carioca como un trencito de la felicidad y, aun así, el otro no se enteraría, tan metido que está en su Wasap.  Se diría que los únicos sobrios en el bar en ese momento son Eusebio y Silvio, mientras el resto de la gente está hechizada por el partido de la selección, como si hubieran sido marcados con un tatuaje diseñado hace muchos años ya, de un dragón escarlata con una pelota, y que tal tatuaje los mantuviera bien alejados de lo que no te cuentan los empáticos y simpáticos presentadores de los noticieros.  ¿En qué taberna de cierta urbe neblinosa/lluviosa habrán pergeñado esta ingeniosa pantallita (léase: deporte bestialmente popular que ha cautivado a todos)?  ¿A todos, todos…?  No, a todos, no. 

     Al llegar Eusebio a la entrada del pasillito donde están los baños, se esconde ahí y asoma cautelosamente la cabeza parando las orejas. Los dale dale, uuhhh, nooo, eeehh que generan las jugadas del equipo de Messi dificultan la audición. De pronto, Eusebio ve que Silvio deja dinero sobre su mesa, se levanta y gira hacia donde se encuentra él; y aunque cree que metió la cabeza a tiempo, no está seguro de si Silvio advirtió que alguien lo está espiando.   Tanto que a Eusebio le irritan los movimientos torpes y nada viriles de Genaro, y ahora él mismo se ve dando medios giros vacilantes a la derecha y a la izquierda en el pasillito donde se encuentran enfrentados los baños de hombres y de mujeres. Ya casi lo tiene encima al ojitos claros que, mirando al piso, se acerca con el celular al oído escuchando un audio. Eusebio atina a lanzarse al baño de las mujeres, “espero que no haya nadie”.

       —¡Ay! Me parece que te confundiste.

         Eusebio gira y se topa con una chica que sonríe divertida como si estuvieran en una publicidad de los años ochenta. El encuentro neutraliza el papelón. Papelón, pero tal vez solo para tipos como Eusebio, a quien Paula solía repetirle un dicho de su madre, que él es alguien chapado a la antigua porque él no acepta que ahora los baños son compartidos en muchos lugares. 

       —Perdón, perdón. Tanta cerveza y emoción con el partido me hizo… — miente Eusebio.

      La chica del baño frente a él ahora abre bien los ojos y amplifica la sonrisa porque el bar se acaba de estremecer con un rugido tremendo, ¡GOOOOOL!  Ella es bastante atractiva, no tanto como Tamara. De hecho, Eusebio cree que Esteban tuvo más suerte en el incidente tentador de la hipnosis que experimentó aquella. Esta del baño es algo gordita, clasificable dentro del tipo de su vecina Paz, aunque, aparentemente, sin aires combativo-feministas, borcegos o mechitas de colores, y, si se basara en odiosos e injustos prejuicios del tipo portación de cara, para Eusebio sería improbable que la del baño sepa de la existencia de Angela Davis o Chimamanda Ngozi Adichie, entre otras personalidades que reciben gran admiración por parte de más de una profesora de la carrera que cursa con Esteban. Y bueno, si la palabra patriarcado se encuentra pronto en los syllabi, ¿quién podría sorprenderse? 

       —No pasa nada — dice la chica y señala graciosamente con el dedo hacia el salón —, debe ser un gol de Mac Allister, ¡ay, el más lindo!

       —Para mí, lo hizo Batistuta. 

       — Jajajaja

       —Andá, que te perdés el partido — le dice Eusebio sonriente mientras sale del baño de las mujeres caminando hacia atrás; es que sigue mirando la cara divertida de ella en el reflejo del espejo del lavatorio. La gordita responde con una mueca  “no le doy bola al partido” y agrega:

      —En realidad, me voy a casa, me pasé todo el día trabajando acá…

       Eusebio le devolvió otra mueca simpática, “ah, trabajás acá”, y estuvo a punto de preguntarle qué es lo que hace, pero decide simplemente despedirse. En este minuto de su existencia, averiguar qué está haciendo el Dean Martin Jr argentino por este barrio y en este bar parece acaparar eso que se conoce como  libido (?). 

         {Hablando de muecas, el tipo de comunicación no lingüística podría ser de especial interés para los ingenieros globalistas especializados que se plegaron al proyecto de un mundo c_rb_n - free, puesto que los gestos pueden comunicar tanto como las palabras habladas y, lógicamente, cuando se habla menos, ¡la producción de dióxido de carbono debería ser menor! En realidad, es el monóxido de carbono el gas del que hay que cuidarse, el que se genera en esos misteriosos incendios forestales y en las enormes áreas agrestes, o en aquellas áreas cultivables para el  sustentento de la población. Volviendo a la comunicación no verbal, en realidad, CanÉlon Máscara ya tiene ideas superadoras para el tema.  ¿Quién quiere apostar que no es verdad que los experimentos de CanÉlon son ignorados por la gran masa de hinchas, para quienes, por ejemplo, el aguante a muerte al Pan y Circo mundial insume... [comentario/digression bloqueado por el cybercomando] ... porque, así como una vez Esteban leyó cierta pintada en una pared desde la ventanilla del colectivo, también Eusebio un día encontró otro grafiti que rezaba “Coma mierda. Miles de moscas no pueden estar equivocadas”. [¡alarma! ¡sirenas de inminente bombardeo 🤯 🤐 😱!  bring the cyberpatrol!]} 

     —Ah, qué bien. ¡Que descanses!  —le dice Eusebio sonriente antes de cruzar backwards el umbral. Si Genaro viera el chaucito con la mano que le hizo a ella tendría con qué gastarlo; por ejemplo, más que a Clint Eastwood, me recordás a... [completen ustedes].

     La buena onda de esta chica que trabaja en el bar tiene el efecto de infundirle determinación y de neutralizar el temor al escándalo que puede suscitar el andar espiando a Silvio. Al entrar al otro baño, encuentra a su [digamos] competidor de espaldas contra el mingitorio, sosteniendo con una mano el celular al oído y ejecutando con la otra sendas acciones de sacudida y acomodo, escena que le produce a Eusebio una punzadita de envidia y especial desprecio por este New sofisticado Man. ¿Acaso Silvio sea el “Super Hombre” de Nietzsche que mencionó el profesor de Filosofía de las Ciencias, quien, cabe recordar, tenía también la figura de un búho en una carpeta de tres solapas que encontró Esteban en el aula, figura de búho  sorprendentemente parecida a la que ha visto Genny en L. A., y a otra en versión estatuilla que registró en aquel local de tatuajes donde se metió buscando que le hicieran un tatuaje igual al de Paz? No es aconsejable escribir una pregunta tan larga y compleja/compuesta como esta, señalarían los profesores de Redacción en español donde estudian estos muchachos.  ¿Y por qué no? 

       La mención del búho se decanta en la memoria de Eusebio cuando nota que la parte superior de este pájaro rapaz asoma en una carpeta delgada que Silvio sostiene contra su cuerpo bajo el brazo involucrado en la micción. Las ramificaciones interneuronales de Eusebio le traen la imagen de otra carpeta, la del disco multicolor con el nombre del marido de Mirta. En este momento en que necesita actuar agazapado como un gato cuando está cerca de una paloma, estas imágenes pasan fugaces y confusas por la mente de Eusebio, y debe ahuyentarlas de inmediato al ver que el New Friedrich Man se está dando vuelta lentamente para ir, seguramente, al lavatorio. En ese momento, sin embargo, se pone a contestarle al que le está hablando por el celular, así que se queda quieto, parado de costado; todavía no se entera de que detrás suyo está Eusebio, quien, tras volver a vacilar, ya sin medios giros, se lanza a uno de los boxes del baño y cierra la puerta. “¡Cuántas veces vi esta escena en esas comedias baratas! Es como un karma, las escenas me terminan tocando a mí también. Me estoy convirtiendo en un Adam Sandler cualquiera”. Y ahora sí que Eusebio para bien las orejas y procura no hacer el menor ruido ahí donde se metió.

        “Ya sé que les dimos instrucciones claras, pero a ese que acabaste de ver por ahora dejalo. Es un putito muy cagón, no creo que vuelva a meterse en nada. Me enteré más bien de que un pariente de ese anduvo averiguando por el nuevo local. ¡A ese más bien podría interesarme que lo hagan mierda…! [Si bien no distingue las palabras, Eusebio puede escuchar la voz del que está del otro lado en la comunicación] ….  Sí, sí, ya sé que viven juntos, y también sé dónde viven. Es otro caso especial [...] no, no, no preguntes mucho, solo tenés que hacer lo que te mandamos y cuando demos una orden, ¿entendiste bien? … [sonido de la voz del otro] … no tengo idea de quién es  ... ”

           Mientras tanto, dentro del box, Eusebio también oye que alguien más acaba de entrar al baño, lo cual hace que Silvio baje un poco el tono de voz. Lo que acaba de decir New Man le provoca una montaña rusa de sensaciones perturbadoras. He aquí, otra venganza del universo en el que cree Genaro, porque mientras ata cabos frenéticamente y se horroriza con las presunciones, Eusebio abre los ojos como si fuera uno del palo. ¡El putito del que está hablando Silvio no puede ser otro más que Genny! Y el otro que le interesa que hagan mierda… no puede ser otro que él mismo, pobre estudiante de traducción devenido en circunstancial espía.  Todo parece encajar y confirmarse a la vez.  Lástima que no hubo tiempo para contarles a los otros dos en la mesa sobre las cosas que estuvo investigando y descubriendo relacionadas con esta gente de los tatuajes el día que se dio una vuelta por el local del que habló el portero del edificio. Es que también la facultad y la proximidad del cierre de las notas alejó su preocupación por este asunto misterioso, maquiavélico  y canélonmásquico/biligatesco de los tatuajes. 

        Eusebio vuelve a oír la voz que sale del celular de Silvio y este le pide a su interlocutor que baje la voz, seguramente a causa del otro que entró al baño, aunque este se mete rápidamente al box de al lado. Observando una parte pequeña de su sombra en el piso a través del tabique, que deja 30 cm de comunicación, Eusebio nota que el de al lado se bajó los pantalones y se sentó en el inodoro. “Tengo que hacer lo mismo, si no, este forro se va a dar cuenta de que acá hay alguien parado escuchándolo”.         

       “¿Y al otro que viste cómo es? [...] Ah …morocho, sí…sí. Ese es el pariente. [...] No, no, el otro no sé quién es, pero hacé lo que te dije con cualquiera que se ande metiendo. Ahora, me interesa el negro de mierda… [...] ¿¿¿Estás seguro…???”

       Después de hacer esta pregunta, Silvio de pronto se queda callado. Ahí dentro, Eusebio advierte el repentino silencio y se da vuelta para bajar sigilosamente la tapa del inodoro, así se sienta encima para mayor credibilidad de que él está haciendo lo suyo. Increíblemente, tan atento está a la conversación del otro, que recién es consciente del olor repugnante que hay dentro del box. Lo que encuentra dentro de la taza más los ruidos flatulentos que produce el de al lado le provocan arcadas y ganas de salir corriendo, pero atina a apretar el botón, y lo horroriza ver que las fétidas heces (bah, los soretes) en diferentes estados de solidez apelmazadas en toneladas de papel higiénico comienzan a ascender peligrosamente a causa de la potente descarga de agua, amenazando con rebalsar el inodoro.  Entonces, Silvio ve a alguien salir del box de espaldas como si lo hubieran empujado de ahí dentro, y advierte que se apresura a abandonar el baño sin darse vuelta. Silvio quiere confirmar si se trata del meroreador ex de Paula, así que reacciona con unas zancadas vigorosas para bloquearle la salida del baño. El ímpetu de la colisión es tal que el celular de Silvio termina bajo uno de los urinarios, y al soltar la carpeta, una decena o más de hojas tipeadas en ambas carillas se desparrama sobre el piso. ¡Otra vez unas hojas que se desparraman en esta laaarga historia! Debe ser la profunda y poética noción del eterno retorno de Kundera que, a su vez, engancha un componente Nietzscheano! Solo que esta vez el texto que se lee en las hojas cae en un espacio donde normalmente se encuentra la  mierda, que es a donde pertenece. 

      Eusebio se hace el boludo [come on, no other lexical choice would fit best!] y, para no huir como una rata cobarde, tiene el genial impulso de agacharse para levantar algunas hojas, como  queriendo enmendar la torpeza de chocar al otro. Silvio emite un chasquido de fastidio y comete el craso error de rescatar primero el celular. Craso error, porque Eusebio, luego de confirmar que hay una figura de búho en la tapa de la carpeta delgada con elásticos, mete unas tres o cuatro hojas debajo del pulóver de hilo que lleva puesto. Y para asegurar que las hojas se queden ahí, mete el borde el pulóver en el pantalón. ¡Volvió a la moda de los ochentas sin querer! No hay escapatoria. Se enfrentan cara a cara, Eusebio rojo como un tomate. 

     —¡Silvito querido! No creía que te interesaba el Mundial. Bah, a los que quieren destruir lo que "se" construyó mal para construir lo nuevo, capaz les interesa… o… les sirve… — atina a decir Eusebio sin poder controlar el cinismo. A cualquier persona le sonaría ridícula la manera en que acentuó el elemento pronominal de esa voz pasiva que produjo, pero para Eusebio, la asignación del  agente que correspondería con el "se" no es tan imprecisa.

      En un arranque impulsivo, casi temblando de los nervios, Eusebio amaga a alcanzarle la carpeta al otro, pero la revolea como un frisbee contra la pared y sale disparando del baño.  Las hojas se desparraman oootra vez. Silvio se apresura a rescatarlas velozmente, no sin antes proferir un tipo de puteada que desmiente lo cheto de su personalidad refinada. Una vez que las volvió a meter en la carpeta, aunque quedaron desordenadas, Silvio nota que hay hojas que faltan, así que baja al piso de rodillas y manos  para ver si cayeron dentro de los boxes. Justo en ese instante, el otro tipo que estaba cagando, abre la puerta y lo encuentra agachado y con la mejilla casi rozando el piso, como si quisiera espiar a la gente cuando está haciendo sus necesidades.

     En realidad, segundos después, al salir casi atropelladamente del bar, Eusebio lamenta haber deslizado ese sarcasmo. Es que fue un liso y llano “saquémonos las caretas, pedazo de basura...”.  Quizás haya dado en el clavo pero, a medida de que corren los segundos, mientras busca a Esteban y a Genaro en la calle, también cree que haberse expuesto así con… ¿el jefe de esta tecnomafia maquiavélica?... ha sido ligeramente imprudente….










     

   

 








lunes, 1 de enero de 2024

20-20 y DESPUÉS - Capítulo 17

 

Este relato es FICCIÓN


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                                        17



      Cuando bajé a la entrada del edificio para traer a Nuria, la encontré como siempre, con esa cara de adolescente aburrida que tienen los chiques de su edad. Ey, como verán, me empezó a gustar  esa especie de lenguaje inclusivo, chiques. Reconozco que, por ridículo que me parezca, puede resultar práctico y económico. Supongo que no quedan muchas alternativas que dejarse arrasar por la marea de transformaciones culturales del reinicio global-socialista. ¿O sí? Y hay una práctica o tendencia (cómo llamarla) que, tal  vez sin darnos cuenta, avanza de a poco, cada vez más, como los invasores sigilosos de aquel famoso cuento,  Casa tomada, creo que se llamaba; lo leí hace aaaaños en el secundario, no recuerdo bien metáfora de qué era. ¿De qué estoy hablando? El lector ya lo habrá advertido: hay cámaras y micrófonos por todos lados. No sorprende que programejos como Gran Hermano se hagan cada vez más populares en cada nueva temporada, y que siempre haya fans para todo. Fans. Dicen que se reproducen [los cultivan] desde la época de Elvis; y posiblemente desde antes. Ahora, me da que los fans aparecen por generación espontánea desde el momento en que se anuncia  la nueva distracción disfrazada de la nueva  sensación. Gran Hermano…  no  creo  que la producción del  programa deba hacer grandes esfuerzos ni poner mucha plata para que se viralice la pasión por esta bazof… , que no es otra cosa que hacerse fan de que te hagan un monitoreo 24/7;  no vaya a ser que aparezcan otros Eusebio o Esteban.  En este punto de la conversación, Mirta me volvería a dar la bienvenida al Siglo 21 y a las nuevas maneras de relacionarse que tiene la gente. ¡Mirta! Ya les estoy contando sobre ella.  Control y vigilancia… Con una expresión facial muy normalizadora,  Mirta rechaza como de idea paranoica  el que de hecho existan en todas partes a-gentes en ascenso [referentes / líderes / gente con influencia y cierta cuota de poder] que están chequeando que las cosas marchen como es debido, que nadie se salga de la huella grupal.  Eso sí: tanta vigilancia no evita que decrezcan la corrupción política y la corrupción en todos los niveles; mucho control, pero es un control selectivo que no detiene la permanente siembra de cizaña en la sociedad, la pérdida progresiva de la libertad y los derechos conquistados del trabajador. Tengo la ligera corazonada de que Silvito Mazzini es uno de esos, lo cual se desprende de la amena conversación que tuvimos en aquel patio de comidas, ¿se acuerdan? ¿Qué me había dicho ese transhumano? [muffled little laugh] Ah, dijo algo así como que hay que tirar abajo las cosas como están para construir lo nuevo. Algo así, más o menos. Consta en actas. Acabar con la privacidad de la gente y naturalizar el hecho de que alguien alrededor pueda estar chequeando tus actos/acciones/comportamientos [como quieran llamarlos], en especial, los no alentados por el entorno ni los que no gozan del beneplácito de este. Y por las dudas, si te resistís, lo que se hace es  tirarte abajo atacando tu autoestima y generándote miedo; en otras palabras, accionar de gente psicópata. OK, admito que puede ser una interpretación un poquito forzada de las palabras de mi tecno-competidor. A lo mejor no volqué verbatim todo lo que dijo en su momento, pero recuerdo que sugirió eso cuando Paula y Nuria regresaron a la mesa. Fingiendo que me interesa el fútbol, indudablemente,  mi pelotazo da en el palo. ¿Que por qué lo digo? En una parte del material que había escrito [para el capítulo 16] y que se me perdió, tenía un registro de la última sesión que tuve con Mirta, la terapeuta que estuve vi$itando durante casi un año, aunque no regularmente (tal vez por eso no consiguió modularme). Había volcado la discusión que tuve con ella sobre estos temas que opino que se derivan de eso de dinamitarlo todo para construir lo nuevo, lo que dijo Silvito Harari. Por supuesto que cité las palabras del quetejedi; Mirta salió en su defensa, a capa y espada, cual abogada del diablo. ¡Justamente! Ella habló de lo normal que es el chequeo por parte del entorno, de que no hay nada necesariamente malo en que nuestras acciones y comportamientos sean monitoreados, influenciados, interpretados y hasta a veces regulados por el entorno social en el que nos desenvolvemos,  y que esto puede influir en cómo actuamos. Que es esperable. Que cuando las cosas no funcionan así, se estaría atentando contra una convivencia deseable y adecuada … y bla bla bla… ¿Deseable para quién?, le retruqué. ¿Acaso la injerencia/influencia de los medios de comunicación at large no fomentan también acciones/actitudes no deseables? ¡Los dueños de la massmedia ciertamente no son gente común de los entornos cotidianos!  Pero estos dueños, y otros stakeholders en diferentes niveles, sin duda hacen el feeding y el checking, y no me vengas a decir que no es así! Reconozco que en esa parte de la discusión, me exalté un poquitín. Y más cuando le dije que además del retrato de Freud en su consultorio, no me sorprendería encontrar uno de Xi Jinping. Me había ido un poco al carajo en este punto; Mirta hizo un gesto con las palmas de que me calmara un poco. Y atención en este instante: ella se levantó y agarró un carpeta de tres solapas de un estante para mostrarme algún material, seguramente para apoyar su postura (tal vez fuera unas notas, apuntes que tendría preparados, ni idea, en ese momento le miré el  culo). Y al sacar la carpeta del estante, enganchó sin querer otra que contenía hojas A4 y que se le cayó; algunas algunas hojas quedaron desparramadas sobre el piso. Mirta se agachó, las recogió enseguida, y después de meterlas torpemente en la carpeta, dejó esta sobre una mesita que había entre nuestros  asientos. Vi sobre la tapa de la  carpeta el circulito con los 17 iconitos de colores de la Agenda 2030 de la ONU, que una vez me mostró Esteban. Había un rótulo con un nombre pegado arriba del círculo. No me considero un buen actor, pero en mis agarradas con Paula tomé algo de práctica:

      —Disculpame, Mirta. Me estoy irritando mucho últimamente — dije, actuando un MiLey cuando se recupera de sus arrebatos en los debates partidarios y sonríe conciliador. Claro, las cámaras están chequéandolo ante la opinión pública [al pedo]—. Me pasé un brazo por detrás de la nuca poniendo cara de adolescente ingenuo y pregunté sobre el nombre que figuraba en el rótulo de la carpeta, como para mostrar que ya estaba relajado y quería abandonar el tema anterior. Como no me respondió, leí audiblemente— : Hernán Kaplan… Programa de Formadores de Líderes Globales… Foro Económico Mundial ...Hmm… interesante … ¿No es tu marido? 

    Mirta asintió desganada sin verme a la cara; claramente, no recibió con simpatía mi curiosidad. No sé cuál será la gama completa de efectos que produce en su interlocutor cuando ella se acomoda los anteojos de marco grande; creo que uno de ellos afecta los cuerpos cavernosos.

    Resumiré muy groseramente en un escueto párrafo los últimos quince minutos de la última sesión con Mirta. ¿Conocés el Memorando NSSM del simpático abuelito, arquitecto de la gobernanza global?, le pregunté.. —No. ¿A qué te referís?  —Qué raro, vos que estás en contra del patriarcado…  Cascada —desordenada, lo admito— de información supuestamente desconocida por ella; previsible rechazo prudente, rotulando la info de teoría de la conspiración; breve referencia al misterioso y controversial émbolo 2020. Claro, pero si mi postura está chequeada por el entorno mayoritario, es difícil que Mirta pierda el debate; Vox Populi, Vox Dei. Y ¿quién da el feeding oficial al gran entorno, es decir al “soberano"? Pregunta retórica, al menos para mí.  Pero el último punch lo dio ella: Según me contaste,  al émbolo vos te lo diste…  Me lo espetó en un tonito irónico y con unos los ojos relampagueantes que distinguí detrás de sus lentes.

     El abuelito arquitecto al que me referí es Henry `Scheme-inger [bah, Kissinger].


        Esta vez, el que miró el reloj primero fui yo. Faltaban casi cinco minutos. Me levanté, y ninguno de los  dos habló de la continuidad de la terapia. Antes de dejar el consultorio, apunté con el dedo la carpeta esa con el nombre y apellido arriba del logo de los 17  colores sustentables. Mirta cobra cada sesión por adelantado, así que fue The End.

      ¡Qué digresión! Disculpen. Seguramente voy a editar y acomodar un poco. Pero quería contar aquello, lo del esposo de bella terapeuta, Mr. K-Plan, a quien nunca tuve el  "placer" de conocer en persona; Mirta solo lo mencionaba, Hernán... Hernán... . A lo mejor, Silvito sí lo conoce, deben dar capacitación juntos por ahí. ??¡Qué carajo me importa, anyway!

       Pero vayamos ahora a lo otro que me estuvo pasando últimamente, sobre lo que ya había escrito y que también se me perdió por completo hace casi un par de meses, por haber usado esa tablet barata que me compré, y por no poner correctamente nombre a los archivos de texto  para evitar borrarlos, como me pasó, sin querer.

      Ahora sí, retomando. Cuando bajé a la entrada del edificio para traer a Nuria,  esta me recibió, como siempre, con un beso, me dio su mochila y se puso a caminar por delante hacia el ascensor con esos pasos que parece que arrastra un poco los pies. Al abrir la puerta corrediza, como para que yo no tenga razón cuando le digo que nunca me cuenta nada, comentó: 

              —Recién había un hombre que preguntó por el profe de gimnasia de la plaza.  Tío Genny da clases en la plaza, ¿no? [bubblegumming sound].  Dijo que quería unirse al grupo. 

            El chicle que iba mascando mi nena debía de ser demasiado sabroso

              —¡¿Eh?! ¡¿Ah, sí?!— reaccioné alarmado—. ¿Dónde está? — dije, pero no esperé a que me contestara. Retrocedí raudamente hacia la puerta de entrada y la abrí para salir a la vereda. Oí que Nuria me preguntó si pasaba algo. Le ordené que entrara rápido a casa, cerrara la puerta con llave, y que no le abriese absolutamente a nadie, a menos que fuera yo.

              Ya en la vereda, hice un barrido visual por toda la cuadra como para ubicar a la persona que, según Genaro, lo había perseguido con un arma. Retrocedí hacia el hall del edificio para preguntarle más a Nuria sobre lo que me contó, pero ya no estaba allí. Me acerqué entonces al panel del portero eléctrico interior. Mientras escuchaba a mi hija, oía parloteos exaltados de fondo. Eran de Paz y de Genaro, de quiénes si no.

            —¡Decile a esos dos que se calmen! Escuchame, Nuri. ¿Cómo era ese hombre? ¿Cómo estaba vestido? —  Mientras esperaba que el chicle la dejara hablar, los otros dos no paraban. Por fin, mi nena me respondió con ese tono apático y monocorde que conozco bien. A veces me dan ganas de zamarrearla un poco. Un poquito nomás.

          —Era un hombre común de la calle. [bubblegumming sound] Tenía una campera, no sé. [bubblegumming sound] No era tan joven [bubblegumming sound] como vos…

             —¿No tan joven como yo?

         —No. No tan joven, quiero decir, [bubblegumming sound]  como vos, que no sos tan joven.

            No podía decir que “en casa de herrero, cuchillo de palo”.

        —Qué dulce. Escuchame, Nuri… — Ahí vacilé, pero pensé que, aunque ella pudiera asustarse, igual tenía que preguntarle —: ¿Por si acaso el tipo estaba armado? No te asustes, pero podría ser. ¿Tenía cara de maleante algo así?

       —No sé, pa. El portero del edificio tiene una cara horrible, y no creo que sea un maleante — me respondió Nuria, haciendo cierta vocecita para la palabra maleante. A lo mejor le causó gracia la palabra, o entre los chiques como ella, en lugar de maleante dicen otra cosa. Y hablando del portero del edificio, este salió de su office, que está al final del pasillo y se acercó.

          —¿Pasa algo, Eusebio? Lo veo medio nervioso — me dijo con una cara de quien está por retarte por algo —. Entré un momento a cambiarme los pantalones. El muchachito ese que vive con usted, Genny ¿no?, me hizo mojar como un viejo.

          —Escúcheme, Ismael: cuando Genny llegó corriendo, ¿no vio al que lo perseguía?

         —No. La verdad que no. Entró corriendo como un desquiciado y me atropelló justo cuando estaba por tirar un baldazo a la vereda. No puedo usar la manguera hasta que arreglen la canilla. ¡Lo mojé a él y me hizo mojar a mí, ese Genny!

        —Pero al que lo perseguía, ¿no lo vio?

        —No. Pasa que al darme vuelta, justo encontré a uno que conozco. Lo saludé  y me metí para cambiarme. —Ismael aspiró ruidosamente los mocos y dio unos pasos para no escupir sobre la vereda sino sobre el agua que corre junto al cordón—.  Ah, antes de entrar, vi que llegó su hija, y me parece que ese que conozco se le acercó a hablarle a la chica. No creo que estuviera persiguiendo a su cuñado. Ese que le digo es de un local de tatuajes. Bah, si ese Genny anda haciendo quilombo por todas partes, a lo mejor sí lo perseguía. Capaz que no le pagó, no sé.  ¡Tiene que tener más cuidado, che!

          Me di cuenta de que me quedé duro, mirando fijamente al portero.

          —¿Local de tatuajes?

       —Sí, sí. ¿Usted también quiere hacerse uno? Yo no seré tan joven, pero yo quiero uno también. —Sonrió con un poco de vergüenza —. Uno chiquito y muy lindo, como el que se hizo mi pibe en ese local… Ah, pero hablé de más ¿sabe? Como todavía no se instalaron bien los del local, me pidieron muy encarecidamente que todavía no corra la voz. ¡Pero debe haber también otros locales de tatuajes! Están de moda,  ¿vio?

        [música de suspenso]

 

 

 



          

       [casa de Esteban]

         Tamara intenta levantarse de la silla; sus movimientos son algo tambaleantes. Por la forma en que mira alrededor, su expresión es como de quien acaba de despertarse de una pesadilla. Claramente, a Lara la punzan la desconfianza y la sospecha, a decir por su típica manera de entrecerrar los ojos cuando escruta a los demás. Ella quisiera detectar rastros de complicidad en las caras de su marido y de Tamara, indicios de una aventura de la que difícilmente habría sospechado. ¿Justamente con ella, Tamara, que aparentaba ser la más centrada y madura de la clase? Seria y casada, por sobre todo. Para una chica que está próxima a cumplir 30, sin embargo, no debe ser fácil reunir estas cualidades, y más si luce como una chica del secundario. Tamara es la chica más linda entre todas sus conocidas. Es justo eso, piensa Lara: aparentaba, porque ahí está ahora, vestida así, en casa, recibiendo la atención preocupada del ocasional profesor de inglés, el zorrito de Esteban, que ahora pretende convertirse, además, en traductor. ¿Debería creerle a este, al que cuando conoció la hizo sufrir por un tiempo por culpa de unas competidoras que reaparecían y estropeaban su “logrado” desapego a las correrías de picaflor? ¡Ah, pero la cabra tira pa’l monte! reverbera en la cabeza de Lara el dicho de su mamá.

         —Tamara está bajo el efecto de un shock. Te digo que es el efecto del tatuaje..  — insiste Esteban, mientras el nene da vueltas alrededor de los dos, reclamando que le cambien el pañal.  Esteban le pide a su mujer que traiga un vaso de agua.

        —Pero, Esteban, ¿vos creés realmente en esas cosas que me contás? — responde Lara, tratando de contenerse —. Yo te escucho como si me contaras una película. A lo mejor querés ser escritor también, de películas de ficción. Pero eso de que  controlan a la gente con tatuajes… ¡Y mirá que a vos no te gusta ver Netflix!  — Lara deja la postura de jarra de dos asas y marcha a la cocina para traer el vaso de agua. Mientras va y viene no para de hablar —. ¡Hace poco pasaron una serie que trataba de cosas así!

      —Sí, Tami, pero… — Esteban se corrige nervioso —. ¡Perdón, Lara, Lara! Ju jus justamente, creo que esas series  están para que la gente nunca imagine que estas cosas ocurren en la realidad.

         Lara Mira a Tamara y le pregunta en un tono un poquitín agrio:

       —¿Vos podés escucharnos? ¿Te sentís bien? — Tamara agarra el vaso y bebe con ganas. Todavía parece en trance, aunque no tanto ya —. ¿Y así vestida se vino? — le dice Lara a su marido —.  Quería hacerte caer a vos, me decís. Qué raro… Qué raro… Me hago yo un tatuaje y pasado mañana cuando venga lo hago caer al sodero! —  Arrecian las miradas suspicaces que van de Esteban a Tamara y viceversa—.  Además… ¡tatuajes! No sé si te diste cuenta pero en la calle todo el mundo anda tatuado. Y no tienen uno o dos. ¡Se tatúan el brazo entero, las piernas, y hasta el cuello! ¿No lo viste a Messi? Claro, justo vos, que no te interesa el fútbol  ni ahora que la selección está llegando a la final. ¡Sos raro, Esteban, eh!

      —Pará un poco Tami… ¡Perdón! ¡Lara! — Esteban se vuelve a corregir torpe y más nervioso. Lara conoce bien cuando su marido se sonroja, por eso no deja de entrecerrar los ojos. Esteban, genuinamente preocupado por el estado post hipnótico de Tamara, apoya levemente una mano sobre su hombro desnudo, y con la otra le acomoda el cabello que el cachetazo suyo despeinó.      

         —Esperame un poquito, Lara — dice en voz baja a su mujer—. Quiero ver si ya volvió del todo en sí.

         Tamara levanta un poco la cabeza y mira a Esteban; es como si Lara no estuviera allí, aún cuando la mirada estupefacta de esta podría inquietar hasta a un ciego.       

       —Esteban… —por fin habla Tamara, débilmente —. ¿Seguimos en el bar?

        —¿El bar? ¡El que tiene que volver en sí sos vos, guacho!       

        ¡CHAF!

       Esta vez el cachetazo lo liga Esteban, y sonó más que el que despabiló a Tamara.  Nuestro estudiante anti-designios-sustentables recibe, además, un rodillazo en la entrepierna. En este punto, Tamara parece reaccionar del todo, se levanta de la silla, pero trastabilla debido a los zapatos de taco; y Esteban, de cuclillas y rebotando por el  dolor, teme que a su mujer le de un ataque y los eche a los dos haciendo un flor de escándalo.

 

 


 

 

        Han pasado dos semanas desde estos☝️acontecimientos. Eusebio y Esteban están ahora tomando una cerveza en el bar que se encuentra en diagonal a la ya varias veces mencionada plaza. Son alrededor de las 18.45, es una reunión tipo after office. Esteban  ya contó el incidente con Tamara en su casa; Eusebio reprimió lo mejor que pudo la tentación de cagarse de la risa  y, por la cara que pone Esteban, cambia de tema.

          ¿Ya te corrigió el essay? [la materia es Historia Social del Mundo Contemporáneo].

    Esteban busca en su celular el archivo con su ensayo ya corregido para mostrárselo.

      —¡Siete! ¡Bien ahí! — reacciona Eusebio —. ¿Te hizo muchas correcciones?

     —Las que había previsto.  No pude incluir más evidencias para mi postura por falta de tiempo. Me jode que me haya marcado errores de redacción. Se me acabó enseguida el plazo para entregar.

       —Es comprensible. Ahora, te queda el integrador y listo.

     —Para promocionar, ahora necesito sacarme siete en el integrador. Creo que voy a salir bien.

       —Por supuesto, capo.  Por suerte se lo pudiste mandar a tiempo.

    —¡Y casi sobre la hora del deadline! Eso sí, como te digo, no pude incluir el comentario de que la famosa Revolución Cubana fue financiada por corporaciones ocultas del gran país del Norte. Estuve a punto de desarrollar la cuestión, pero claro, eso hubiera extendido el ensayo y no tenía más tiempo. Por lo de Tamara, así como te conté, y lo que me costó apaciguar a Lara… Lo demás, ya te conté.       

     — Y decí que Tamara no te llevó demasiado lejos antes de que llegara Lara. Digo, por lo que me pasó a mí con Paz, ya sabés.

      —No, conmigo no hubiera pasado.  Aunque… acá, entre nosotros… — Esteban baja la voz y se inclina un poco hacia Eusebio, al que tiene sentado enfrente. Eusebio queda  mirándolo fijo, suspendido de la expectación — …mhm… dejalo. Lo bueno es que no pasó.

      —Mirá que te entiendo, tranqui. Uno es de carne y hueso. Y más si Tami estaba como me contaste…

       —“Tami”... — lo remeda Esteban—. Es que vos debés ser más de carne y hueso que yo, ¿eh?

       En ese momento, a través de la pared de vidrio del bar, ven la cara de Genny saludando con la manito y  haciendo una mueca festiva, ¡los encontré!

       —Ah, pasa que este da una de sus clases justo en esta plaza — dice Eusebio. Mira hacia atrás, a la puerta del bar, y ve que Genny se acerca rápidamente a la mesa. Eusebio le dice a Esteban —: Espero que no te moleste.

         Esteban hace un gesto de para nada, no del todo creíble. Genny ya está junto a ellos.

         —¡Conque en la guarida de siempre! ¿Vinieron a ver el partido? Ya empieza, ya empieza.  ¡Cómo andás, Steeeve!

         Sonoro beso.

          —¿Qué partido? — dice Esteban.

         —Ustedes dos juntos tienen menos fútbol que yo — dice Genaro revolviendo los ojos  —. ¿Ni siquiera el Mundial les interesa?

       La pregunta quedó sin respuesta. Desencantado, Eusebio le pregunta a Genaro:

       —¿Siguen suspendidas tus clases?

      —No hubo moros en la costa por dos semanas, así que, aquel debe haber sido un incidente aislado.

      Eusebio mira a los otros dos sin el mismo entusiasmo.

      —Ahora que está Esteban  — dice Eusebio, poniendo cara de preocupación —, y me jode, créanme, traer otra vez el asunto del reptil hipnotizante, como dice este —, señala a Genny—.  No es algo que pasó, lamentablemente, recién empieza.

     —Es como una canción que me gusta ful if iú zink its ouver, yos bigón… — canturrea Genny.

       Esteban le hace eco : 

  —...fool if you think it’s over, just begun…”  — Sonríe y cuenta que, en su momento, empezó a salir con Lara porque ella le había pedido que le tradujera esa canción ¿De quién es? No me puedo acordar.

       —Cris Diarrea.

     —Pará un poco, Genaro — interviene Eusebio—. Cuando les cuente sobre lo que descubrí por accidente se les va a acabar la alegría.  Digo, no sé. A Esteban y a mí, en realidad, el tiempo que nos queda fuera de nuestros laburos es para el último tramo del cuatrimestre. Tenemos materias que aprobar. 

      —Son ciertas las dos cosas. Siguen hipnotizando a la gente ... —dice Esteban. Por mente pasa el momento en que Tamara estiró la mano hasta una parte indebida de él, y el tortazo que le dio su mujer— ... y estamos hasta las manos con la facu.

    —Mirá cómo se puso Steve. A lo mejor tiene alguna alergia. O alguna contractura… Esteban, por si acaso, mirá que yo…

      —¡Por favor, Genaro! Lo que tengo para contar es serio. Bah, si quieren. No tienen por qué seguir con el asunto de los tatuajes. Ahora sí que se puede poner feo.

         Genny  se sirve el resto de la botella de cerveza en el vaso de Eusebio y hace fondo blanco. Esteban observa que el bar ya está lleno de clientes que vienen por el partido de la selección; pregunta si se quedan ahí. Genny estaba por responder con alguna de sus ideas; para él la presencia de Esteban le hace olvidar el peligro del que habla Eusebio. Sin embargo, los otros dos ven cómo de repente Genny pone cara de espanto. 

        —Acabo de verlo, la puta que lo parió…

        —¿A quién? — dice Eusebio.

     —Al que me persiguió con el arma. Pasó recién frente a nosotros tras el vidrio. ¿No lo vieron? — dice Genny con una voz que suena algo estrangulada. Mira hacia atrás para ver si lo ubica afuera, sobre la vereda.

        —No jodas. ¿Estás seguro? — dice Eusebio.

       —¡De verdad, boludo! Tenía un gorrito de la selección, de esos que son así… —Describe el gorrito, es del tipo joker.

      Esteban, que está ubicado de frente a la entrada del bar, señala con un dedo y pregunta:

      —¿Como el que tiene aquél que está entrando?

      Eusebio y Genny giran como en cámara lenta y ven a un tipo que se sentó a tres mesas de la de ellos y  que está  llamando al mozo.

         —¡Chicos, rajemos! — dice Genny

       —Calmate, calmate. Si es él, ahora solo vino a ver el partido. No va a pasar nada.

       Y como si los hubiera escuchado, el hombre con el gorrito ambiceleste de joker mira hacia donde están ellos. Genny cree el hincha que le interceptó la mirada incrédula y  aterrorizada...




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